miércoles, 21 de octubre de 2009

Densidad de las Palabras

[Este cuento no es mio.
Anyway, me eseño mucho.
Por eso...]



Mi hermana, dicen, se parecia a padre. Yo -dicen- era el vivo retrato de mi madre, genio y figura. "Como todo el mundo qiere generalmente a qiene se le asemeja, esta madre adoraba a su hija mayor y sentia al mismo tiempo una espantosa aversion hacia la menor. La hacia comer en la cocina y trabajar constantemente." Asi al menos reza el cuento, parábola o fabula, como qieran llamarlo,qe se han escrrito sobre nosotras. Se lo puede tomar al pie de la letra o no, igual, la moraleja del final es una perversidad intensa y mal disimulada.
Padre, en el momento de narrarse la historia, ya no estaba mas aca para confirmar los hechos.
El hada tampoco.
Porque hada hubo, segun parece. Un hada qe se desdoblo en dos y acabo mandandonos a cada una de las hermanas a cumplir con ferocidad nuestros destinos dispares. Destinos demasiados esqematicos. Intolerables ambos.
¿Qe clase de hermanas fuimos? Que clase de hermanas. me pregunto. Y otras preguntas mas: ¿qien qiere parecerse a qien? ¿Qien elige y por qe?
Bella y dulce como era, se cuenta, -parecida a nuestro padre muerto, se cuenta-, mi hermana en su adolescencia hubo de pagar los platos rotos, o mas bien lavarlos, y fregar los pisos e ir dos veces por dia a la lejana fuente en procura de agua. Parecida a madra, la muy presente, tocome como ella ser la mimada, segun cuenta tal cuento.
Ahora las cosas han cambiado en forma decisiva
y
de mi boca salen sapos y culebras.
De mi boca salen sapos y culebras. No es algo tan terrible como suena, estos animalejos tienen la piel viscosa, se deslizan con toda facilidad por mi garganta.
El problema reside en qe ahora nadie me qiere, ni siqiera madre qe antes parecia qererme tanto. Alega qe ya no me parezco mas a ella. No es cierto: ahora me parezco mas qe nunca.
De todos motos es asi y yo no tengo la culpa. Abro la boca y con naturalidad brotan los sapos y brotan las culebras. Hablo y las palabras se materializa. Una palabra corta, un sapo. LAs culebras aparecen con las palabras largas, con la misma paralbara culebra, y eso qe nunca digo vibora. Para no ofender a madre.
Aunqe fue ella qien me exilio al bosqe, a vivir entre zarzas despues de haberme criado entre algodones. Todo lo contrario de mi hermana, qe a partir de su hazaña, vive como pincesa por haber desposado al principe.
"Tu en cambio nunca te csaras, hablando como hablas actualmente, bocasucia", me increpo madre al poco de mi retorno de la fuente, y pego media vuelta para evitar qe le contestara y le llenara la casa de reptiles. Limpitos, todos ellos. Aclaro con conocimiento de la causa.
Ya no recuerdo en cual de mis avatares ni en qe epoca cometi el pecado de la soberbia.
Tengo una vaga imagen de la escena, como en suelos. Me temo qe no se la debo a mi memoria ancenstral, como al hecho de haverla leido y releido tantas veces y en versiones varias.
Todo empieza -empezo- cierta mañana cuando mi hermana regreso de la fuente y nos dijo "Buenos dias" y de su boca, dos perlas enormes qe se echaron a rodar, mi madre les dio caza antes de qe desaparecieran bajo la alacena. "Bien", rio mi hermana y de su boca cayo una esmeralda, y por fin puesta a narrar su historia rego por todo el piso fragantes flores y fulgutantes joyas.
Mi madre, entonces, ni corta ni perezosa, me ordeno ir a la misma fuente de la qe acababa de retornar mi hermana para qe la misma hada me concediera un identico don. "Por una sola vez -insistio madre- ni siqiera debes volver con el cantaro lleno, solo convidarle unos sorbos a la vieja desdentada qe te los pida, como hizo tu hermana y mira qe bien le fue" . "No es horrible", protesto mi hermana, la muy magnanima, y de su boca chorrearon unas rosas y me pregunte porqe no se pincharia de una buena vez con las espinas. "Para nada horrible, claro esta", se retracto madre rapidamente, "Para nada: se trata de un hada generosa y, aunqe muy entrada en años, qe le concedio a tu hermana este resplandeciente don y contigo hara lo propio". "Tu bella hermana", dice ahora al verla por vez primera.
Fue asi como me encamine a la fuente, protestando. Llevaba un leve botellon de plata y me instale a esperar la aparicion de la desdentada pedigüeña. Dispuesta estaba a darle su sorbo de agua al hada vieja, si, pero no a la dama de alcurnia, esperifollada ella, qe aparecio de golpe y me reclamo un trago como qien da una orden. "No señora -le dije categorica-, si teneis sed procuraos vos misma un recipiente, qe yo estoy aca para otros menesteres".
Y asi fue como
ahora
estoy sola en el boscqe y de mi boca s a l e n
s a p o s y c u l e b r a s.
No me arrepiendo del todo: ahora soy escritora.
Las palabras son mias, soy su dueña, las digo sin tapujos, emito todas las qe me estaban vedadas; las grito, las esparzo por el bosqe, porqe se alejan de mi saltando o reptando como deben, todas con vida propia. Me gustan, me gusta poder decirlas, aunqe algunas me causen una cierta repugnancia y ya puedo evitar totalmente las arcagas cuando la viscocidad me excede. Nada debe excederme. Los sapos me rodan saltanco con cierta gracia, a las culebras me las enrosco en los brazon como suntuosas pulseras. Los hombres qe qieren acercarse a mi -los pocos qe aparecen por el bosqe- al verlas, huyen despavoridos.
Los hombres se me alejan para siempre.
¿Sera esta la verdadera maldicion del hada?
Porqe una maldicion hubo. Hasta la cuenta el cuento, fabula o parabola del qe tengo una vada memoria -creo haberlo leido- . Las reconozco en esto del decir mal, del mal decir diciendo aellos qe los otros no qieren escuchar y, menos aun, ver corporizado. Igual al apropiarme de todas las palabras mientras merodeo por el bosqe me siento privilegiada. Y bastante sola. Los sapos y culebras no son compañia lucida, aunqe los hay de colores radiantes como son los ponzoñosos. Hay cuñebras amigas, sin embargo, ranitas cariñosas. Me consuelan.
Me consuelan en parte. Pienso a veces en mi hermana, la qe fue a la fuente y retorno escupiendo tesoros. Sus dulces palabras se volvieran jazmines y diamantes, rubies, rosas, clavels, amatistas. El recuerdo no me hace demasiado feliz. Mi hermana, me lo recuerda el cuento, era bella, dulce, bondadosa. Y ademas se conviertio en fuente de riqezas. El hijo del rey no desaprovecho tamaña oportunidad y se caso con ella.
Yo, en cambio, entre sapos y culebras, escribo. Con todas las letras escribo, con todas las palabras trato de narras la otra cara de una histora de escisiones qe a mi me difama.
Escribo para pocos porqe pocos son qienes se animan a mirarme de frente.
Este aislamineto de alguna forma me enaltece. Soy dueña de mi espacio, de mis dudas -¿cuales dudas?- y de mis contriciones.
Ahota se qe no qiero bellas señoras qe vengan a pedirme agua. Qizas no qiera hafas o maravillamientos. Me niego a ser seducida.
Casi no hablo.
A veces lo viscoso emerge igual, en un suspiro.
De golpe se me escapa de la boca una lagartija indiscente. Me hace feliz, por un buen rato qedo contemplandola, intento emitir otra sin lograrlo, a pesar de reiterar la palabra lagartija. Solo sapos y mas sapos qe no logran descorazonarme del todo. Beso algunos de los sapos pos si acaso, buscando la forma de emular a mi hermana. No obtengo resultado, no hay principe a la vista, los sapos siguen siendo sapos y salidos como salen de mi boca, qizas hasta pueda reconocerlos como hijos. Ellos son mis palabras. Entonces callo. Solo la lagartija logra arrancarme una sonrisa. Se qe no puedo atraparla y ni pienso en besarla. Se tambien qe de ser hembra y bajo ciertas cirscunstancias, podria reproducirse solita por simple partenogenesis, como se dice. Ignoro a qe sexo pertenece. Otro misterio mas, y ya van cientos.
Pienso en mi hermana, alla en su calido castillo, recamandolo todo con perlas de palabras redondas, femeninas. Mi lagartija, de ser macho, de encotnrar a su hembra, le morderia el cuello, enroscandose sobre ella, hasta consumir un acto dificilmente imaginable por la razon, pero no por los sentidos. Mi hermana alla en la proteccion de su castillo azul, -color de principe- estara todo el dia armando collares de piedras preciosas, variopintas y coronas qe caducaran mientras ella andara dando vueltas por un castillo rebosante de sus porpias palabras. Debe proceder con extrema cautela para no rodar por culpa de una perla, o para no cortarse la lengua con el filo de un diamante. Sus besos deben de ser por demas silenciosos. Dicen qe el principe es bellisimo, dicen qe no es demasiado intelectual y la conversacion de mi hermana solo le interesa por su valor de cambio. No puede ser de otra manera. Ella hablara de vordadors, de tejido, de qehaceres domesticos qe ama, ahora qe no tiene obligacion alguna de ejercerlos. El castillo desborda de riqezas: las palabras de ella.
Yo a mis palabras las escribo, para no tener qe salpicarlas con escamas. Igual relucen, a veces segun como les den la luz, y a mi se me aparecen como joyas. Son esas ranitas color fuego con tachas de color verde qetzal, tan peqeñas qe uno se la pondra de prenderos en la solapa, tan letales qe los indios de las comarcas calientes las usan para envenenar sus flechas. Yo las escupo con cierta gracia y ni me rozan la boca. Son las palabras qe antes me estaban prohibido mascullar. Ahora me desacralizan, me hacen bien.
Recupero una dignidad desconocida.
Las hay peores. Las estoy buscando
Antes de mandarme al exilio en el bosqe debo reconocer qe hicieron lo imposible para domarme. "Calla, calla", me imploraban. "El mejor adorno de la mujer es el silencio", me decian, "En boca cerrada no entran moscas". ¿No entran?¿Entonces con qe alimento a mis sapos?, pregunte alarmada, indignada mas bien, sin admitir qe mis sapos no existen antes de ser pronunciados.
Triste es reconoces qe tampoco existiria yo, sin pronunciarlos.
A mi hermana la bella nadie le reclama silencio, y menos su marido. Debe sentirse realizada.
Yo en cambio siento lo qe jamas senti antes de haber ido a la fuente. Y no me importa avanzar entre la zarza o ir apartando ramas qe me obstruyenn el paso. Menos me importa cuando los pies se me hunden en la resaca de hojas podridas y los troncos de los arboles caidos ceden bajo mi peso.
Me gustan las lagrimas del bosqe llorando como liqenes de las ramas mas altas: puedo hablar y cantas por estas zonas y los sapos qe emergen en profuncion me lo agradecen. Entonces baiilo al compas de mis palabras y las voy escribiendo con mis pies en una caligrafia alucinada.
Aprovecho las zonas mas humedas del bosqe para proferir blasfemias de una indole nuevas para una mujer. Esta es mi prerrogativas porqe de todos modos -como creo haber dicho- de mi linda boqita salen sapos y culebras, escuerzos, renacuajos y demas alimañas qe se sienten felices en lo humedo y retozan. Tambien yo retorzo con todas la palabras y las piernas abiertas.
Pienso en la edulcorada de mi hermana qe solo tiene al alcance de la boca palabritas floridas. La compadezco. a veces.
Pienso qe si ella se acuerda de mi, cosa poco probable alla en su limbo, tambien qizas me este compadeciendo. Eqivocadamente. Porqe en los bosqe en medio de batracios soy escritora y me siento en mi casa. A veces. Cuando no lluve y truena y el croar se me hace insoportable como el mugido de mil toros en celo.
Los detesto. Les temo. A los toros en celo qe no existen.
Mi hermana en cabio solo ha de conocer corderillos entre cuyos vellosines ella engebra zafiros y salpica con polvos de topacion y adorna con hibiscud detras de las orejas. Monumento al mas gusto.
Yo, el mas gusto, solo en la boca cuando alguna de las siguiente prenguntas se me atraganta: ¿qien me podra qerer? ¿qien contenerme?
Pero soy escritora. Sapos y culebras resumen mi necesidad de amor, mi necesidad de espanto.
Conste qe no pronuncio la palabra cobra, o yarara, la palabra piton o boa constrictos. Y en ese pronunciar puedo decirlo todo.
Necesario es reconocer qe tanto mi hermanita como yo difrutamos de ciertos privilegios. Casi ni necesitamos alimento, por ejemplo; las palabras nos nutren. A fuerza de avanzar por el bosqe yo me siento ligera, ella debe estar, digamos, rellenita con sus vocablos dulces. Un poqito diabetica, la pobre. No qiero imaginarla y la imagino, instalada en su castillo qe empiezo a divisar a lo lejos. No qiero ni acercarme.
La corte de sapos croa, las vibotas me van guiando por una picada en el bosqe cada vez mas ralo, voy llegando a la pradera y no qiero accercarme al castillo de mi hermana. Igual me acerco.
La veo a la distancia: ella esta en una torre de vigia, me aguarda, la veo haciendome gesto de llamada y seguramente me llama por mi nombre porqe en el aire vuelan petalos blancos como en una brisade primavera bajo cerezos en flor. Mi hermana me llama -caen petalos-, yo corro hacia ella. Hacia el castillo qe en ese instante va abriendo su por suerte desdentada boca al bajar ese puente elvadizo. Corro mas rapido, siempre escoltada por mi corte de reptiles. No puedo emitir palabra. Mi hermana se me acerca corriendo por el puente y cuando nos abrazamos y estallamos en voces de reconocimiento, percibo por encima de su hombro qe a una vibora mia le brilla una diadema de diamantes, a mi cobra le aparece un rubi en la grente, cierta gran flor carnivora esta deglutiendo uno de mis pobres sapos, un escuerzo masca una diamela y empieza a ruborizarse, hay otra palanta carnivora como trompeta untuosea dirigiendo ua culebra, una bromela muy abierta y roja acoge a un coqi y le brindra su corazon de nido. Y mientras con mi hermana nos decimos todo lo qe no pudimos decirnos por los años de los años, nacen en la bromelia mil ranas enjoyadas, qe nos arrullan con su coro, digamos, polifonico.

Luisa Valenzuela

Alfaguara, 2000